Mi querida «Happy Endings»

Happy Endings es una de esas apuestas de midseason de las networks que pasan desapercibidas al principio, nadie acaba de saber de dónde ha salido ni como se mantiene en antena, pasa algunas penurias en las renovaciones pero que, de la noche a la mañana te das cuenta que tiene su audiencia fiel y que, sin darnos cuenta, sin hacer ruido, se ha hecho un lugar en la selva televisiva. Y es que esta serie es MUY BUENA. Es de esas comedias locas que te hacen estar en paz con el mundo y hasta creer por un momento en el futuro de la humanidad.

Por supuesto, lo que hizo la ABC con la primera temporada es una locura de esas sólo atribuible a que nadie debía saber qué hacía esa serie ahí. Para que me entendáis, he aquí el orden de emisión de los episodios: 1×01, 1×05, 1×09, 1×08, 1×12, 1×07, 1×04, 1×11, 1×10, 1×02, 1×03, 1×13, 1×06. Ves el segundo capítulo y dices “ah, que rápido se soluciona el conflicto inicial” y, cuando ya te has acostumbrado al ritmo inconexo de la serie, ves el décimo capítulo, que en realidad es el segundo y flipas totalmente. Visto así, es realmente un milagro que la serie tuviese una segunda temporada. Y es que a punto estuvo de no ser renovada, pues sus actores ya se habían buscado la vida. Todos habéis visto a Damon Wayans Jr. como uno de los compañeros de piso originales de Zooey Deschanel en el piloto de New Girl, al que tuvieron que sustituir cuando la ABC dio luz verde a la segunda temporada de Happy Endings. Viva Damon Wayans Jr., su padre, y los recuerdos que me traen de El último boy scout.

Thank god, a la ABC le sobraba un hueco en la parilla y esta temporada hemos podido disfrutar de 21 capítulos más. Yo todavía tengo esperanzas de que haya una tercera temporada y todo parece apuntar que así será. Y es que Happy Endings se ha convertido en una de mis comedias favoritas, quizá por sus constantes referencias a la cultura popular y más todavía a la de aquellos que crecimos en los años ’80. Y es que creador, David Caspe, y yo somos de la misma quinta, asi que no es de extrañar que la serie se me hagan tan cercana. Su fanitud de las películas de John Hugues, referencias a Los Goonies, Las chicas Gilmore… hasta Jersey Shore, la convierten en una joya. Eso y sus personajes, los cuales hacen que quizá, de una vez por todas, hayamos encontrado una serie mínimamente merecedora de ser denominada “la heredera de Friends”. El culmen de todo fue el capítulo en el que acabaron por aceptar sus similitudes y nos dijeron qué personaje de Friends era cada uno de ellos. Y la verdad es que tiene todo el sentido del mundo.

Estos seis amigos que viven en Chicago y hacen un poco más de vida en la calle que los de Friends, pero sus personalidades son igual de fascinantes. Me parto con Brad y su amariconamiento y su tendencia a morrearse inapropiadamente con su mujer. Me encanta Penny y sus invenciones de palabras y abreviaciones. Amo a Jen y su MonicaGellerismo 2.0. Hasta me encanta Alex, aunque todo el mundo la odie, porque me ha hecho reconciliarme con Eliza Cuthbert. Hasta me parece simpático Dave y su adicción a las camisetas de cuello pico. Y, por encima de todas las cosas, amo a Max, el gay menos gay de la televisión, con sus gordeces, sus disfraces y su perrismo en general.

Si sois de los que disfrutáis de una buena sitcom sin pretensiones (como tendría que ser cualquier serie, en mi opinión), os encantará Happy Endings. Y no digo que quizá os encanta, porque la amaréis seguro. Después me escribiréis y me daréis las gracias, y yo sonreiré como una madre orgullosa de lo listos que son sus hijos. Y después me tiraré de cabeza en mi piscina de billetes de 500 euros. The end.

 

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