I wanna do bad things with you

TB

Tengo que confesar que me lo estoy pasando en grande con la segunda temporada de True Blood. Quién me lo iba a decir cuando hace un año semana tras semana me entregaba al visionado de los capítulos sin muchas esperanzas. No sé en qué punto True Blood me enganchó, la verdad, porque durante toda la primera temporada tuve una sensación extraña de “sí y no a la vez” bastante desconcertante. Ya sabéis que a mí, la devoción ciega por las producciones de cable, me la trae al fresco, así que mi predisposición no era buena pero, oye, me he acabado haciendo fanfatal. He llegado a tal punto, que estoy a punto de afirmar que hasta me gusta Sookie Stackhouse. Casi.

Y es que, no sé si soy yo, o a Sookie y a Bill les veo mucho mejor esta segunda temporada. Pero realmente, a quien se le tiene que agradecer la grandeza de esta serie es a sus personajes secundarios y a sus tramas psicotrópicas. Porque, vamos, sólo empezar la temporada, te das cuenta de que vienen curvas, porque entre la sangre, la casquería y las tetas de Anna Paquin, te quedas 40 minutos en estado de shock total en cuanto le das al play. Y si el año pasado estaba convencida que el ladrón de planos oficial era Nelsan Ellis, este año el trofeo se lo lleva Eric, el sheriff de los vampiros. No os voy a engañar, Alexander Skarsgård me tiene ab-so-lu-ta-men-te fascinada. Skarsgård nos ofrece la combinación perfecta de malosidad buena que hace que te enganches al personaje y con más protagonismo cada vez, los fans ya están esperando el triángulo amoroso Bill-Sookie-Eric que los libros prometen. A mí personalmente que se enrolle con Sookie me deja más bien fría, pero es que Eric puede con eso y mucho más. Es más, creo que se acabará beneficiando hasta a Lafayette. Teorías mías.

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A pesar de que toda la trama de Tara y su inmersión en el psico-mundo de Maryann es bien rara, y a veces descontrolada, Michelle Forbes tiene tanta grandeza que puede hacer lo que le de la santísima gana. Está claro que ella es uno de los mayores problemas que tiene Bon Temps esta temporada. Aunque claro, lo que da miedito de verdad son los de la Fellowship of the Sun, los fanáticos religiosos mata-vampiros que han abducido a Jason y que nos han ofrecido algunas de las escenas más psicológicamente abyectas de la temporada. El casting vuelve a ser, en este caso, impecable, porque tanto Anna Camp como Michael McMillian están espectaculares.

Debo haber bajado la guardia, porque cosas que antes me parecían irritantes, ahora me parecen hasta entrañables. Como por ejemplo Jessica, quien antes me parecía una repelente vampira adolescente y Deborah Ann Woll ha conseguido que sus pájaras púberes me parezcan magníficas. Eso sí, que le busquen un nuevo par de colmillos falsos, porque parece que Deborah se ponga los dientes de chuchería cada vez que se pone en plan vampiresa. Y las reconciliaciones no acaban aquí, pues hasta me gusta Jason Stackhouse. No nos engañemos, Ryan Kwanten tiene un registro limitado (véase Summerland), pero Alan Ball ha conseguido que amemos al imbécil de Jason.

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Yo ya amaba en la intimidad a Alan Ball de antes; de mucho antes de Six Feet Under y gafapastismos varios. Y ahora, sí cabe, le amo un poco más. No sólo por haber visto el potencial rocambolesco de las novelas de Charlaine Harris, por contratar a Alexander Skarsgård, por tener el ojo de fichar a último momento a Rutina Wesley para un papel que ya había adjudicado a Brook Kerr, sino también por recuperar a un viejo amigo de esta casa, un habitante de Stars Hollow. Espero que los muy fanes de Las chicas Gilmore se habrán dado cuenta de que el limítrofe Terry es interpretado por Todd Lowe, quien daba a vida a Zach, el marido rockero y loser de Lane.

Resumiendo. True Blood se ha convertido en uno de los momentos más divertidos de la semana televisiva. Porque yo, desde que vi a Bill jugando a la Wii, asumí que True Blood era una comedia. ¡Y una de las buenas! Pam, Tara, Eric, Andy, Sam, Terry, Jason, Jessica, Hoyt, Lafayette…unos freaks, unos degenerados y unos perdedores. Uno de los conjuntos actorales más brillantes que he visto últimamente. Así que, quizá, después de todo no me guste tanto Anna Paquin. Ahí si queda, en el casi.