Traumatizar a los infantes ES MAL

Heidi

Está claro que todas las generaciones pecan del típico «esto en mis tiempos no pasaba» y el misántropo «cualquier tiempo pasado fue mejor» y, mientras que habitualmente estoy en contra de este tipo de memeces, hay casos en los que la realidad nos aplasta. En mi mesa del trabajo esta semana ha aparecido una colección completa de figuritas de Heidi y eso me ha pensar en que sí que hay algo que antes era mejor: la programación infantil. Básicamente porque hoy en día el concepto «programación infantil» es un anatema. Y no me trago esa patraña de que los niños de ahora son más listos porque, qué queréis que os diga, ahí está Marcos de Fama para certificarlo.

Pero no os equivoquéis. No vengo a cantar las excelencias de la tele que veíamos antes, si no, más bien, todo lo contrario. Porque, ¿quién fue el desalmado que decidió que las series deprimentes eran perfectas para la educación de un niño? Acaso se suponía que me tenía que sentir reconfortada con Marco, quien tenía que desplazarse de los Apeninos a los Andes, porque la loca de su madre decidió abandonarle. Y tenía que conformarse con la compañía de su mono Amedio y toda suerte de feriantes y vagabundos.

Después estaba Heidi, con sus mejillas sonrojadas y su ingenuidad frente al mundo. Mientras estaba con su abuelo jugando con Niebla y Pichí todo era bucólico y pastoril pero supongo que la ganadería no le daba al abuelo para mantenerla y me la envía a trabajar a Frankfurt para hacerle compañía a Clara, una niña muy pánfila en silla de ruedas. Y claro, después estaba lo de la Srta. Rottenmeier… ¡Que Heidi tenía sólo 5 años! Me dio igual que Clarita volviese a andar, eso era demasiado para mí..

Marco

Ah, y después estaba Candy Candy, otra niña huérfana que lloraba a menudo (no me extraña), pues la serie era un melodrama en toda regla. Se supone que era una historia de amor y todo el mundo esperaba que Candy y Terry se quedasen juntos al final, pero ¡no! Los guionistas carecían de corazón. En Italia, la decepción de que no triunfase el amor fue tan grande, que exigieron que se crease un final alternativo donde Candy y Terry se reencontraban en Nueva York y él le decía: «No te dejaré nunca más, ¡Te amo! Cuánto he deseado este momento… cuánto lo he soñado. Nuestro amor durará para toda la vida». Efectivamente, vomitivo pero feliz.

Yo, por supuesto, era incapaz de ver más de unos minutos de estas series porque, a pesar de que contenían bellos valores de superación y amistad, a mí lo que me provocaban era una profunda pena y desamparo. Los Fruittis también me provocaban esas sensaciones, claro que era por motivos totalmente diferentes.