Todo es mentira – Introducing Rachael Ray

El otro día un compañero me comentaba lo decepcionado que se sentía después de haber descubierto, a través de los extras de Alias, que Jennifer Garner no es, en absoluto, la diosa del espionaje que todos vemos en Sydney Bristow (y que abre mucho la boca cuando se ríe, eso lo tiene). En esta casa Jennifer nos cae bien, no cabe duda, y su hija es nuestra mascota oficial, ya lo sabéis, pero la chica es muuuu de pueblo, para qué negarlo.

Y me diréis, ¿qué tendrá que ver Jennifer Garner con Rachael Ray? Pues que, al hilo de las cosas que son y no son, o que no son tanto, me saco de la manga una nueva sección en la que tendré a bien exponer ejemplos que demuestran que, como ya sabemos porque no somos tontos, todo es mentira. Comienzo con Rachael Ray y ciertos acontecimientos sucedidos la semana pasada.

Rachel Ray

Rachael Ray es una de esas cocineras mediáticas que no tiene pajolera idea de cocinar. Saltó a la fama con un programa en el que prepara una comida entera (primer plato, segundo plato y postre) en media hora, claro que a cuenta de perpetrar las guarradas más descomunales que he visto en un programa de cocina. Solo diré que esta mujer es capaz de echar frostis a una salsa para espesarla.

Para equilibrar sus atentados gastronómicos, la chica no hace más que vanagloriarse de la utilización de E.V.O.O. en sus platos. Y me diréis, ¿qué es eso del E.V.O.O.? ¿Será un invento de la NASA? Pues no, majos, el E.V.O.O. es Extra Virgin Olive Oil, vaya, lo que viene siendo el aceite de oliva de toda la vida, aunque sabed que en los estados juntitos el susodicho aceite roza los niveles de pijada. La tía incluso tiene marca propia de E.V.O.O., y habrá gente que tenga la poca decencia de comprarla, seguro.

Rachel Ray

Rachael Ray es, además, algo bocazas, por decirlo sin pasarme. La última: su destronización como imagen de Dunkin Donuts. Se dice se rumorea que Rachel estaba en el plató a punto de a rodar un anuncio para Dunkin y, mientras tanto, estresando al personal, que eso se le da muy bien. Le dieron un café y, con la finura y delicadeza que la caracterizan, espetó un ¡Qué es esta mierda, quiero MI CAFÉ! Dicen las malas lenguas que no paró hasta conseguir su cafelito de Starbucks. Pim pam pum, con la competencia que se va.

Todo es un rumor, pero un rumor que me encanta, la verdad, y es que en lo que se refiere a comiditas, pastelitos y demás, nadie puede compararse a Martha, a la que ya he perdonado que no me quisiera en su plató la última vez que fui a NYC. Otra vez será.