El miedo de los ángeles llorones

Por alguna razón que otros explicarían mucho mejor que yo, disfrutamos pasando miedo en un entorno controlado, entendiendo entorno controlado como la comodidad del sofá, la incomodidad de la butaca del cine o la banqueta roñosa del coche de feria (aunque esto último siempre me ha parecido un entorno nada controlado, la verdad).

Pero igualmente esto da miedo de narices

Los mecanismos del miedo también son sencillos: si percibimos algo como riesgo o daño, pues nos entra el miedo. A la vez, lo desconocido tiende a percibirse como eso, riesgo o daño.

Pero los Daleks, por ejempo, no dan miedo, son extraterrestres muy retro con voz histriónica que amenazan regularmente con destruir la humanidad… pero no dan miedo, al menos no dan tanto miedo como algo tan simple y a la vez siniestro como los weeping angels que, en plena guerra entre lo donisiaco y lo apolíneo (lo siento, esto me ha quedado gafapasta, pero tenía que hacerlo), muestran lo terrorífico de que algo a priori bello encierre tanto horror. Y es que un monstruo deja de ser cool cuando toma forma humana, y de esto el amigo Moffat sabe un poco, desde los empty childs a las máscaras del fuego del hogar, si lo peligroso se acerca a lo cotidiano, el miedo es terroríficamente intenso, o si no, que se lo digan a todos los niños y adultos que recelan (recelamos) de mirar, por la noche, debajo de la cama.

En 2007, Steven Moffat escribía Blink, el capítulo donde El Doctor nos presentaba por primera vez los Weeping Angels, monstruos en forma de estatua, que solamente se pueden mover cuando no son vistos (o piensan que no son vistos), y que si te atrapan se alimentan de tu energía vital, eliminando tu existencia (al menos en este espacio-tiempo).

Se mueven tan rápidamente que con un solo pestañeo pueden acercarse metros, mostrándose cada vez más cerca (estáticos pero cerca) y en actitud más horrible. Algo tan incontrolable pero a la vez tan relativamente evitable como un simple pestañeo es lo que marca la diferencia. Y esto tiene tanto de simple como de retorcido, por no hablar del final del capítulo, donde se apunta que cualquier estatua entraña peligro. Imagínate, viviendo en la histórica Europa.

Blink se convirtió en uno de los capítulos más populares, premiados y aclamados de Doctor Who, y Moffat (ahora que está en su era) no se corta un pelo en afirmar que los Weeping Angels son sus monstruos, son populares, y por eso, y porque le da la gana, los hace regresar. Pues me parece muy bien.

Y los hace regresar (vale, si no habéis visto Flesh and Stone, pasad al siguiente párrafo) con una vuelta de tuerca en los mecanismos del miedo obligando a la heroína (Amy, vaya) a enfrentarse a ellos sin abrir los ojos porque, si lo hace, indefectiblemente, morirá. Gracias, porque si los Weeping Angels ya daban miedo moviéndose a trompicones, ni te cuento el miedo que dan cuando momentáneamente los ves darse cuenta de que pueden desplazarse sin que Amy los vea. Claro que sí, no hay nada como caminar a oscuras en un bosque plagado de ángeles llorones sin poder abrir los ojos.

Os dejo con algunas escenas de Blink. Por cierto, ¿no os resulta absolutamente trágico que los Weeping Angels se llamen así por taparse los ojos para no cruzar miradas entre ellos y quedar atrapados en un bucle?

Y sip, Amy Pond es, ya mismo, mi companion preferida. Sorry Martha.